El 27 de febrero de 1917, (8 de marzo de nuestro calendario), el hambre, el frío y los desastres de la I Guerra Mundial movilizaron a las obreras de Rusia. Las huelgas y manifestaciones, especialmente intensas en Petrogrado, juntaron a multitud de trabajadoras y esposas de soldados que exigían “pan para nuestros hijos” y “el retorno de nuestros maridos de las trincheras”. La fecha no era casualidad. Desde 1911 se manifestaban ese día, desafiando el despotismo zarista y su aparato represivo, en respuesta al llamamiento del II Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, celebrado un año antes en Copenague. Allí, a petición de Clara Zetkin, se había acordado fijar una fecha para conmemorar la lucha internacional de las mujeres por el socialismo, inspiradas en la huelga que en marzo de 1909 habían protagonizado las obreras de una fábrica textil de Nueva York, en la que murieron 140 trabajadoras debido al incendio provocado por los patronos. Para mujeres rusas, ese 8 de Marzo (o 27 de febrero) de 1917 fue el preludio de una revolución en la que ellas mismas tomaron en sus manos los mecanismos de su liberación, como mujeres y trabajadoras, y los pusieron a funcionar.1
Hoy no es 1917, las cosas han cambiado tanto en Rusia como en el resto del mundo; pero los motivos que sacaron a la calle a las mujeres de Petrogrado y tantas otras en el resto de Europa en aquellos inicios del siglo XX, persisten: tenemos el voto, sí, pero nos falta pan y nos sobran guerras. Aquí y en otros países, nuestros sueldos no llegan en muchos casos para dar a nuestros hijos una alimentación adecuada o la calefacción suficiente en el invierno; ni siquiera el techo que nos cubre está garantizado, como no lo está -y cada vez menos- una atención sanitaria y una educación públicas, una futura pensión de mera subsistencia o el empleo mismo, que no pasa de trabajos a tiempo parcial (el 75 % son femeninos) y, en algunos casos (sector limpieza, por ejemplo) sin cobertura social. El cuidado de los niños y mayores y otras personas dependientes en nuestras familias sigue recayendo en la mayoría de los casos sobre nosotras, sin ayudas públicas, del mismo modo que las tareas domésticas; por eso trabajamos, de media, tres horas más al día que nuestros compañeros ¿Sorprende que seamos menos las mujeres trabajadoras en las organizaciones sindicales, vecinales, culturales… o en las concejalías de nuestros municipios? ¿Será que necesitamos también una cuota de clase a añadir a la de género?
En nuestro país, los derechos reproductivos tampoco están, en la práctica, al alcance de todas las mujeres, aunque en 2014 nuestra movilización paró el proyecto de Gallardón de acabar con todos ellos de un plumazo.2 En otros países cercanos, donde la Iglesia católica también es todopoderosa, la lucha de las mujeres continúa por la despenalización del aborto. En Polonia, el “lunes negro” del pasado 23 de septiembre logró parar el endurecimiento de una ley ya de por sí restrictiva con manifestaciones masivas. En Irlanda continúan con las movilizaciones. En los EEUU, los estados gobernados por los republicanos llevan ya varios años realizando una embestida brutal contra los centros de planificación familiar, que afecta de manera especial a las de clase trabajadora, incluidas las inmigrantes. Estos ataques también están teniendo respuesta por parte de las mujeres, aunque el gobierno federal, en las dos legislaturas de Obama, no movió un dedo para apoyarlas. Sin salir del continente americano, hay Estados donde las mujeres están despojadas de derechos reproductivos, incluso, tristemente, en aquellos que han estado dirigidos por una mujer, como Argentina y Chile.
Allí donde nos quitan derechos laborales y sociales que habíamos conseguido con nuestra lucha, los reproductivos también se ven amenazados. Para que no protestemos y demos pasos para cambiar este orden de cosas, los aparatos represivos y judiciales de los Estados están criminalizando la protesta social y laboral, cercenando nuestro derecho a la palabra, con fuertes multas e incluso la cárcel. Pero también la violencia contra nosotras, por el hecho de ser mujeres, cobra nuevos bríos, máxime si somos pobres, inmigrantes u homosexuales. Llámense humillaciones, abusos, violaciones, maltrato de pareja, tráfico de mujeres o asesinatos, la violencia machista, racista y homófoba no remite y en algunos lugares alcanza cotas que alarmarían si las víctimas fuesen otras. En este punto hemos de recordar a las 55 mujeres que fueron asesinadas en España por sus parejas o ex-parejas en 2016 (las 5 que las han seguido en febrero de este año); las 200 que de media mueren anualmente en Argentina, o las miles que han dejado la vida en los feminicidios (crímenes impunes) de México o de Honduras. En este último país, el aumento de la violencia producido tras el golpe de estado de 2009, promovido por la Casa Blanca siendo Hillary Clinton secretaria de estado, ha provocado la huida hacia los EEUU de mujeres y niños que han sido recibidos con la cárcel y la repatriación sin aplicación del derecho de asilo.3
Por otro lado, persiste la guerra, la abierta y la encubierta, que mata y arruina la vida de millones de personas, también la de muchos soldados, ya que no debemos olvidar que es nuestra clase fundamentalmente la que aporta la carne de cañón. Tampoco deberíamos pasar por alto que nuestro país, y otros de la Unión Europea, forman parte de la OTAN, que, comandada por los EE.UU, directa o indirectamente está apoyando las guerras de esta última potencia imperialista en Ucrania, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen, Somalia …, justo los países de los que proceden los refugiados que nuestros gobiernos no sólo rechazan sino que también criminalizan. Últimamente vemos cómo los partidos de la izquierda reformista, el feminismo liberal y las organizaciones de derechos humanos, se rasgan las vestiduras porque Trump ha vetado la entrada a los EEUU de ciudadanos procedentes de estos países. Sin embargo, no vociferaron contra la destrucción a que han sido sometidos durante años, o contra las órdenes que en este sentido también firmaron presidentes anteriores, incluido Obama.4 Por ello resulta ofensivo que mujeres del partido demócrata norteamericano, que se han manchado las manos en esta escalada bélica, se muestren de repente como defensoras de los derechos humanos. Madeleine Albright, sin ir más lejos, tuvo la osadía de protestar contra la orden de Trump diciendo que se iba a registrar como musulmana. Nosotras le aconsejamos que se registre como bebé iraquí (los que murieron a porrillo por culpa de sus sanciones).
Tampoco las altas figuras masculinas y femeninas que ahora protestan tanto por la xenofobia y la misoginia de Trump se tiraron de los pelos, ni convocaron manifestaciones masivas durante todos estos años, ante el sufrimiento de cientos de miles de mujeres, niñas y niños también, la mayoría pobres, que en los escenarios de sus guerras han quedado reducidas, horriblemente, a ser juguete de los ogros, gracias a que EEUU y sus aliados han favorecido el avance del fundamentalismo islámico y la rapiña de las fuerzas ocupantes.5
Toda esta barbarie persiste y aumenta porque persiste el modo de producción y dominación que lo hace posible: se llama capitalismo, y sus gestores, quienes se apropian de la riqueza que nosotras y nosotros generamos, son la clase capitalista, la burguesía y sus lacayos, que representan, por cierto, más del 1% de la población. Ni la explotación a la que estamos sometidas como trabajadoras, ni la opresión que llevamos muchos siglos soportando como mujeres, podremos superarlas si no dirigimos nuestra lucha contra el sistema capitalista y los sistemas de dominación y opresión que promueve, para construir el socialismo. Lograr este objetivo pasar por que creemos y extendamos los lazos de solidaridad entre nosotras y nosotros, dentro y más allá de nuestras fronteras. La clase capitalista sabe que la unidad y la solidaridad es la clave de nuestro avance, por eso, con sus poderosos medios de difusión ideológica, se empeña en dividirnos: poniendo a las nacionales contra las inmigrantes, a las desempleadas contra las empleadas, a las fijas contra las eventuales… Llegan al descaro de llamarnos “privilegiadas” a las que tenemos un empleo teóricamente estable.
Para construir esta solidaridad, es necesario también que el 8 de Marzo vuelva a ser una conmemoración de la lucha de las trabajadoras y sus organizaciones, pues somos la mayoría de las mujeres y las que sufrimos más, tanto la explotación capitalista como la dominación patriarcal. Desde que en 1975 la ONU declarara oficialmente el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, la reacción conservadora y la hegemonía del feminismo institucional de corte liberal han contribuido a despojarlo de su originario carácter de clase y combativo, para convertirlo en una fiesta, sin más, con su manifestación de rigor en las capitales, que pasa sin mayor gloria, y los actos académicos y culturales que se programan. Algunas hemos comprobado con horror cómo en nuestros municipios el Día de la Mujer, cooptado por los gobiernos locales, se ha convertido en una especie de Día de la Madre, con la organización de talleres de cocina, macramé, auto-ayuda, excursiones, y todo lo que refuerza los estereotipos de género que reproducen la subordinación femenina. Justo lo que, como feministas marxistas, rechazamos.
En el Espacio de Encuentro Comunista nos hemos comprometido con esta reflexión y línea de acción, a las que invitamos a sumarse a todas las -y los- camaradas, y las organizaciones de clase -partidos, sindicatos, asociaciones de mujeres…- Hagamos del 8 de Marzo -y del 1 de Mayo también-, el día de las trabajadoras y los trabajadores.
Comisión de feminismo del EEC
Marzo de 2017
1 En el EEC conmemoramos el centenario de la revolución soviética con una serie de actos y exhibiciones de materiales escritos, fotográficos y audiovisuales, incluida una línea del tiempo con los principales acontecimientos entre 1917 y 1921, que invitamos a consultar en http://encuentrocomunista.org/centenario1917/
2 Informe sobre derechos sexuales y derechos reproductivos elaborado por la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas, publicado en 24 enero 2017.
3 Sólo unas cuantas concesiones para salir en los periódicos. La violencia sexual y asesinatos machistas en Honduras aumentaron más de un doscientos cincuenta por cien entre 2005 y 2013, aunque es también especialmente grave en Guatemala y El Salvador, según el Center for Gender & Refuge Studies.
4 Por esto y por la deportación de más de dos millones de trabajadores inmigrantes (de Centroamérica, en su mayoría), el primer presidente negro se ganó el sobrenombre de “deporter-in-chief” (deportador en jefe). Véase, entre otros, Sarah Lazare, “Obama’s lethal deportation machine: Trump’s anti-immigration measures are intense, but nothing new”, Salon (11/2/17).
5 En Libia, por ejemplo, que era un Estado laico, las mujeres superaban ligeramente a los hombres en las universidades, podían divorciarse, trabajar, tenían la sanidad garantizada y permisos de maternidad pagados, entre otros derechos; ahora son pasto del ISIS.