8 de marzo: las mujeres de la clase trabajadora tenemos motivos de sobra

El 27 de febrero de 1917, (8 de marzo de nuestro calendario), el hambre, el frío y los desastres de la I Guerra Mundial movilizaron a las obreras de Rusia. Las huelgas y manifestaciones, especialmente intensas en Petrogrado, juntaron a multitud de trabajadoras y esposas de soldados que exigían “pan para nuestros hijos” y “el retorno de nuestros maridos de las trincheras”. La fecha no era casualidad. Desde 1911 se manifestaban ese día, desafiando el despotismo zarista y su aparato represivo, en respuesta al llamamiento del II Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, celebrado un año antes en Copenague. Allí, a petición de Clara Zetkin, se había acordado fijar una fecha para conmemorar la lucha internacional de las mujeres por el socialismo, inspiradas en la huelga que en marzo de 1909 habían protagonizado las obreras de una fábrica textil de Nueva York, en la que murieron 140 trabajadoras debido al incendio provocado por los patronos. Para mujeres rusas, ese 8 de Marzo (o 27 de febrero) de 1917 fue el preludio de una revolución en la que ellas mismas tomaron en sus manos los mecanismos de su liberación, como mujeres y trabajadoras, y los pusieron a funcionar.1

Hoy no es 1917, las cosas han cambiado tanto en Rusia como en el resto del mundo; pero los motivos que sacaron a la calle a las mujeres de Petrogrado y tantas otras en el resto de Europa en aquellos inicios del siglo XX, persisten: tenemos el voto, sí, pero nos falta pan y nos sobran guerras. Aquí y en otros países, nuestros sueldos no llegan en muchos casos para dar a nuestros hijos una alimentación adecuada o la calefacción suficiente en el invierno; ni siquiera el techo que nos cubre está garantizado, como no lo está -y cada vez menos- una atención sanitaria y una educación públicas, una futura pensión de mera subsistencia o el empleo mismo, que no pasa de trabajos a tiempo parcial (el 75 % son femeninos) y, en algunos casos (sector limpieza, por ejemplo) sin cobertura social. El cuidado de los niños y mayores y otras personas dependientes en nuestras familias sigue recayendo en la mayoría de los casos sobre nosotras, sin ayudas públicas, del mismo modo que las tareas domésticas; por eso trabajamos, de media, tres horas más al día que nuestros compañeros ¿Sorprende que seamos menos las mujeres trabajadoras en las organizaciones sindicales, vecinales, culturales… o en las concejalías de nuestros municipios? ¿Será que necesitamos también una cuota de clase a añadir a la de género?

En nuestro país, los derechos reproductivos tampoco están, en la práctica, al alcance de todas las mujeres, aunque en 2014 nuestra movilización paró el proyecto de Gallardón de acabar con todos ellos de un plumazo.2 En otros países cercanos, donde la Iglesia católica también es todopoderosa, la lucha de las mujeres continúa por la despenalización del aborto. En Polonia, el “lunes negro” del pasado 23 de septiembre logró parar el endurecimiento de una ley ya de por sí restrictiva con manifestaciones masivas. En Irlanda continúan con las movilizaciones. En los EEUU, los estados gobernados por los republicanos llevan ya varios años realizando una embestida brutal contra los centros de planificación familiar, que afecta de manera especial a las de clase trabajadora, incluidas las inmigrantes. Estos ataques también están teniendo respuesta por parte de las mujeres, aunque el gobierno federal, en las dos legislaturas de Obama, no movió un dedo para apoyarlas. Sin salir del continente americano, hay Estados donde las mujeres están despojadas de derechos reproductivos, incluso, tristemente, en aquellos que han estado dirigidos por una mujer, como Argentina y Chile.

Allí donde nos quitan derechos laborales y sociales que habíamos conseguido con nuestra lucha, los reproductivos también se ven amenazados. Para que no protestemos y demos pasos para cambiar este orden de cosas, los aparatos represivos y judiciales de los Estados están criminalizando la protesta social y laboral, cercenando nuestro derecho a la palabra, con fuertes multas e incluso la cárcel. Pero también la violencia contra nosotras, por el hecho de ser mujeres, cobra nuevos bríos, máxime si somos pobres, inmigrantes u homosexuales. Llámense humillaciones, abusos, violaciones, maltrato de pareja, tráfico de mujeres o asesinatos, la violencia machista, racista y homófoba no remite y en algunos lugares alcanza cotas que alarmarían si las víctimas fuesen otras. En este punto hemos de recordar a las 55 mujeres que fueron asesinadas en España por sus parejas o ex-parejas en 2016 (las 5 que las han seguido en febrero de este año); las 200 que de media mueren anualmente en Argentina, o las miles que han dejado la vida en los feminicidios (crímenes impunes) de México o de Honduras. En este último país, el aumento de la violencia producido tras el golpe de estado de 2009, promovido por la Casa Blanca siendo Hillary Clinton secretaria de estado, ha provocado la huida hacia los EEUU de mujeres y niños que han sido recibidos con la cárcel y la repatriación sin aplicación del derecho de asilo.3

Por otro lado, persiste la guerra, la abierta y la encubierta, que mata y arruina la vida de millones de personas, también la de muchos soldados, ya que no debemos olvidar que es nuestra clase fundamentalmente la que aporta la carne de cañón. Tampoco deberíamos pasar por alto que nuestro país, y otros de la Unión Europea, forman parte de la OTAN, que, comandada por los EE.UU, directa o indirectamente está apoyando las guerras de esta última potencia imperialista en Ucrania, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen, Somalia …, justo los países de los que proceden los refugiados que nuestros gobiernos no sólo rechazan sino que también criminalizan. Últimamente vemos cómo los partidos de la izquierda reformista, el feminismo liberal y las organizaciones de derechos humanos, se rasgan las vestiduras porque Trump ha vetado la entrada a los EEUU de ciudadanos procedentes de estos países. Sin embargo, no vociferaron contra la destrucción a que han sido sometidos durante años, o contra las órdenes que en este sentido también firmaron presidentes anteriores, incluido Obama.4 Por ello resulta ofensivo que mujeres del partido demócrata norteamericano, que se han manchado las manos en esta escalada bélica, se muestren de repente como defensoras de los derechos humanos. Madeleine Albright, sin ir más lejos, tuvo la osadía de protestar contra la orden de Trump diciendo que se iba a registrar como musulmana. Nosotras le aconsejamos que se registre como bebé iraquí (los que murieron a porrillo por culpa de sus sanciones).

Tampoco las altas figuras masculinas y femeninas que ahora protestan tanto por la xenofobia y la misoginia de Trump se tiraron de los pelos, ni convocaron manifestaciones masivas durante todos estos años, ante el sufrimiento de cientos de miles de mujeres, niñas y niños también, la mayoría pobres, que en los escenarios de sus guerras han quedado reducidas, horriblemente, a ser juguete de los ogros, gracias a que EEUU y sus aliados han favorecido el avance del fundamentalismo islámico y la rapiña de las fuerzas ocupantes.5

Toda esta barbarie persiste y aumenta porque persiste el modo de producción y dominación que lo hace posible: se llama capitalismo, y sus gestores, quienes se apropian de la riqueza que nosotras y nosotros generamos, son la clase capitalista, la burguesía y sus lacayos, que representan, por cierto, más del 1% de la población. Ni la explotación a la que estamos sometidas como trabajadoras, ni la opresión que llevamos muchos siglos soportando como mujeres, podremos superarlas si no dirigimos nuestra lucha contra el sistema capitalista y los sistemas de dominación y opresión que promueve, para construir el socialismo. Lograr este objetivo pasar por que creemos y extendamos los lazos de solidaridad entre nosotras y nosotros, dentro y más allá de nuestras fronteras. La clase capitalista sabe que la unidad y la solidaridad es la clave de nuestro avance, por eso, con sus poderosos medios de difusión ideológica, se empeña en dividirnos: poniendo a las nacionales contra las inmigrantes, a las desempleadas contra las empleadas, a las fijas contra las eventuales… Llegan al descaro de llamarnos “privilegiadas” a las que tenemos un empleo teóricamente estable.

Para construir esta solidaridad, es necesario también que el 8 de Marzo vuelva a ser una conmemoración de la lucha de las trabajadoras y sus organizaciones, pues somos la mayoría de las mujeres y las que sufrimos más, tanto la explotación capitalista como la dominación patriarcal. Desde que en 1975 la ONU declarara oficialmente el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, la reacción conservadora y la hegemonía del feminismo institucional de corte liberal han contribuido a despojarlo de su originario carácter de clase y combativo, para convertirlo en una fiesta, sin más, con su manifestación de rigor en las capitales, que pasa sin mayor gloria, y los actos académicos y culturales que se programan. Algunas hemos comprobado con horror cómo en nuestros municipios el Día de la Mujer, cooptado por los gobiernos locales, se ha convertido en una especie de Día de la Madre, con la organización de talleres de cocina, macramé, auto-ayuda, excursiones, y todo lo que refuerza los estereotipos de género que reproducen la subordinación femenina. Justo lo que, como feministas marxistas, rechazamos.

En el Espacio de Encuentro Comunista nos hemos comprometido con esta reflexión y línea de acción, a las que invitamos a sumarse a todas las -y los- camaradas, y las organizaciones de clase -partidos, sindicatos, asociaciones de mujeres…- Hagamos del 8 de Marzo -y del 1 de Mayo también-, el día de las trabajadoras y los trabajadores.

Comisión de feminismo del EEC

Marzo de 2017

1 En el EEC conmemoramos el centenario de la revolución soviética con una serie de actos y exhibiciones de materiales escritos, fotográficos y audiovisuales, incluida una línea del tiempo con los principales acontecimientos entre 1917 y 1921, que invitamos a consultar en http://encuentrocomunista.org/centenario1917/

2 Informe sobre derechos sexuales y derechos reproductivos elaborado por la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas, publicado en 24 enero 2017.

3 Sólo unas cuantas concesiones para salir en los periódicos. La violencia sexual y asesinatos machistas en Honduras aumentaron más de un doscientos cincuenta por cien entre 2005 y 2013, aunque es también especialmente grave en Guatemala y El Salvador, según el Center for Gender & Refuge Studies.

4 Por esto y por la deportación de más de dos millones de trabajadores inmigrantes (de Centroamérica, en su mayoría), el primer presidente negro se ganó el sobrenombre de “deporter-in-chief” (deportador en jefe). Véase, entre otros, Sarah Lazare, “Obama’s lethal deportation machine: Trump’s anti-immigration measures are intense, but nothing new”, Salon (11/2/17).

5 En Libia, por ejemplo, que era un Estado laico, las mujeres superaban ligeramente a los hombres en las universidades, podían divorciarse, trabajar, tenían la sanidad garantizada y permisos de maternidad pagados, entre otros derechos; ahora son pasto del ISIS.

La sociedad del smartphone

por NICOLE M. ASCHOFF

El automóvil fue en muchos aspectos la mercancía emblemática del siglo xx. Su importancia deriva no del ingenio tecnológico o de la sofisticación de la cadena de montaje sino de la capacidad de reflejar y moldear la sociedad. Nuestras formas de producir, consumir, utilizar y normalizar los automóviles eran una ventana sobre el capitalismo de aquella centuria, un atisbo del entrelazamiento y la tensión entre lo social, lo político y lo económico.

En una era caracterizada por la financiarización y la globalización, en la cual la “información” es oro, la idea que una mercancía defina una época puede sorprender. Sin embargo, las mercancías no son menos importantes hoy y nuestras relaciones con ellas siguen siendo primordiales para comprender la sociedad. Si el automóvil es fundamental para comprender el siglo pasado, el teléfono inteligente (en adelante smartphone) es la mercancía que define nuestra época.

La gente pasa demasiado tiempo en sus teléfonos. Los revisan constantemente a lo largo del día y los mantienen cerca del cuerpo. Duermen con ellos, los llevan al baño y los miran mientras caminan, comen, estudian, trabajan, esperan y conducen. De los jóvenes adultos, 20 por ciento admite que lo consulta incluso durante sus relaciones sexuales.

¿Qué significa que las personas tengan un teléfono en las manos o los bolsillos donde vayan? Para dar sentido a nuestra supuesta adicción colectiva al teléfono, sigamos el consejo de Harry Braverman y examinemos la “máquina, por un lado, las relaciones sociales, por el otro, y la manera en que se unen en la sociedad”.

Máquinas portátiles

Informantes de Apple se refieren a la ciudad de ensamblaje de Foxconn en Shenzhen como Mordor –el infierno de la Tierra Media de J. R. R. Tolkien–. Como trágicamente develó una ola de suicidios en 2010, el apodo dramatiza apenas las condiciones de las fábricas en que jóvenes trabajadores chinos ensamblan iPhones.1 La cadena de suministro de Apple enlaza colonias de ingenieros de software con cientos de proveedores de componentes en Norteamérica, Europa y Asia Oriental: Gorilla Glass de Kentucky, coprocesadores de movimiento de los Países Bajos, chips de cámara de Taiwán, y módulos transmisores de Costa Rica canalizados en decenas de plantas de ensamblaje en China.

Las tendencias simultáneamente creativas y destructivas del capitalismo impulsan cambios constantes en las redes de producción global y, en éstas, nuevas estructuras del poder empresarial y estatal. En los viejos tiempos, las cadenas de suministro impulsadas por el productor, ejemplificadas por industrias como la automotriz y la del acero, eran dominantes. Personajes como Lee Iacocca y Bill Allen decidían qué hacer, dónde hacerlo, y en cuánto venderlo.2

Pero a medida que las contradicciones económicas y políticas del auge de posguerra se intensificaron en las décadas de 1960 y 1970, una cantidad creciente de países del hemisferio sur adoptaron estrategias de exportación para lograr sus metas de desarrollo. Surgió un nuevo tipo de cadena de suministro (en particular en ciertas industrias ligeras, como las de ropa, juguetes y electrónica) donde los minoristas llevan las riendas e expensas de los fabricantes. En estos modelos orientado-comprador, empresas como Nike, Liz Claiborne y los productos de diseño de Walmart imponen precios a los fabricantes y ganan a menudo más en la cadena de producción que con sus marcas comerciales.

Poder y gobierno se localizan en varios puntos de la cadena de smartphones. De manera simultánea, la producción y el diseño se hallan hondamente integrados a una escala mundial. Sin embargo, las nuevas configuraciones de poder tienden a reforzar las jerarquías de riqueza existentes: los países pobres y de ingresos medios intentan con desesperación entrar en los nódulos más lucrativos desarrollando infraestructuras y ofertas comerciales; las oportunidades innovadoras son escasas y distantes entre sí; el carácter global de la producción dificulta al extremo la lucha de los trabajadores para mejorar sus condiciones y salarios.

Los mineros de coltán congoleses están separados de los ejecutivos de Nokia por más que un océano: se hallan divididos por la historia y la política, por la relación de su país con las finanzas, así como por décadas de barreras de desarrollo que con frecuencia remontan hasta el colonialismo.

La cadena de valor de smartphones es un mapa útil para la explotación global, la política comercial, el desarrollo desigual y la destreza logística. Pero el verdadero significado del producto está en otra parte. Y para descubrir los cambios más sutiles introducidos e ilustrados por el smartphone en la acumulación, debemos abandonar el proceso de creación de celulares con máquinas para identificar el uso del teléfono mismo como máquina.

Considerar máquina el teléfono es en algunos aspectos inmediatamente intuitivo. De hecho, la palabra china para el teléfono móvil es shouji, o “máquina de mano”. Las personas utilizan a menudo sus máquinas de mano como cualquier otra herramienta, en particular en el centro laboral. Las exigencias neoliberales para disponer de trabajadores flexibles, móviles y conectados los hacen esenciales.

Los smartphones extienden el lugar de trabajo en el espacio y el tiempo. Los correos electrónicos pueden ser respondidos en el desayuno y revisados en el tren camino a casa, o las reuniones del día siguiente confirmadas antes de apagar las luces. Internet se convierte en el lugar de trabajo; y la oficina, sólo en un punto dentro del vasto mapa de posibles áreas laborales.

La dilatación de la jornada laboral merced a los smartphones se ha vuelto tan imperiosa y perniciosa que las organizaciones laborales responden. En Francia, los sindicatos y las empresas de tecnología firmaron un acuerdo en abril de 2014 que reconoce el “derecho a desconectarse” tras finalizar la jornada a los 250 mil trabajadores del sector. Alemania considera una legislación que prohíba correos electrónicos y llamadas telefónicas luego del trabajo. La ministra alemana del ramo, Andrea Nahles, explicó a un periódico que hay “una conexión indiscutible entre la disponibilidad permanente y los desórdenes psicológicos”.

Por otra parte, los smartphones han facilitado la creación de formas de trabajo y de ingresar en los mercados laborales. Empresas como TaskRabbit y Postmates, por ejemplo, han construido modelos de negocio para abastecer el “mercado de pequeños empleos” mediante la “fuerza de trabajo distribuida” por smartphone.

TaskRabbit conecta a quienes optarían por evitar la molestia de desempeñar sus tareas con gente exasperada por pequeños trabajos mal remunerados. Los que desean efectuar quehaceres –como el lavado de ropa o la limpieza luego de la fiesta de cumpleaños del hijo– se conectan con taskers3mediante la aplicación móvil de TaskRabbit. Se espera que los taskers monitoreen continuamente sus teléfonos al acecho de posibles empleos; la demora en la respuesta determina quién lo tomará. Los consumidores pueden ordenar o cancelar un trabajador sobre la marcha; y tras completar con éxito la labor, el tasker puede ser pagado directamente a través de su teléfono.

Postmates –el favorito de la gig economy– es una nueva estrella en ascenso en el mundo de los negocios, sobre todo después que Spark Capital ganara 16 millones de dólares a inicios de 2015. Persigue a sus “mensajeros” en ciudades como Boston, San Francisco y Nueva York mediante una aplicación móvil en sus iPhones, mientras se apuran en la entrega de tacos artesanales y cafe lattes de vainilla sin azúcar a hogares y oficinas. La aplicación informa y envía el nuevo encargo al mensajero más cercano, quien debe responder inmediatamente y completar la tarea en una hora para recibir el pago.

Los mensajeros que no son empleados ni reconocidos por Postmates son menos entusiastas que Spark Capital. Reciben 3.75 dólares por entrega, más propina, y no están protegidos por las leyes sobre el salario mínimo, pues se les clasifica como contratistas independientes.

De ese modo, nuestras máquinas de mano encajan perfectamente en el mundo moderno del empleo. El smartphone facilita los modelos de empleo basados en la “fuerza laboral contingente” (contingent worforce), así como en la autoexplotación: vincular a los trabajadores y a los capitalistas sin los costos fijos y la inversión emocional propios de las relaciones de trabajo más tradicionales.

Sin embargo, los smartphones son mucho más que una herramienta de tecnología para el trabajo asalariado. Se han convertido en parte consustancial de nuestra identidad. Cuando utilizamos nuestros teléfonos para mensajear a amigos y a enamorados, publicar comentarios en Facebook o navegar en Twitter, no trabajamos. Estamos relajándonos, divirtiéndonos, creando. Sin embargo, a través de estos pequeños actos terminamos generando algo único y valioso, una mercancía sui géneris: nuestros seres digitales.

Selves en venta

Erving Goffman, el influyente sociólogo estadounidense, se interesó en el “ser uno mismo” (self) y en cómo los individuos producen y presentan su self a través de la interacción social. Admitía su carácter un tanto shakesperiano: para el autor de La presentación de la persona en la vida cotidiana, “el mundo entero es un teatro (o escenario)”. Sostuvo que las interacciones sociales pueden considerarse actuaciones y que el proceder de las personas varían con su audiencia.

Realizamos esas actuaciones “en el escenario” para la audiencia –conocidos, compañeros de trabajo, familiares, críticos– que deseamos impresionar. Las representaciones confieren la apariencia de que nuestros actos “mantienen y representan ciertos estándares”. Convencen a la audiencia de que somos quienes decimos: personas inteligentes, morales y responsables.

Pero las actuaciones escénicas pueden ser inestables o frecuentemente perturbadas por errores: la gente se pone el pie en la boca, malinterpreta las señales sociales, tiene un trozo de espinaca atorado en el diente, o se le descubre en una mentira. Goffman estaba fascinado por lo duro que trabajamos para perfeccionar y mantener nuestras actuaciones en el escenario y con cuánta frecuencia fracasábamos.

Los smartphones constituyen un regalo celestial para encarar esas dimensiones dramáticas de la vida. Nos permiten administrar las impresiones provocadas en los demás con un nivel de precisión rayano en la locura. En lugar de hablar con el otro, podemos enviar mensajes de texto, planificar ocurrencias y estrategias de evasión de antemano. Podemos ostentar nuestro gusto impecable en Pinterest, nuestras habilidades en CafeMom y nuestro talento de artiste en herbe en Instagram; todo ello en tiempo real.

New York Magazine publicó un artículo sobre las cuatro personas más deseables en esa ciudad según OkCupid.4 Estos individuos elaboran perfiles de citas tan atractivos que son objeto de peticiones y solicitudes constantes. Sus teléfonos tintinean continuamente con mensajes de enamorados potenciales. Tom, uno de los cuatro elegidos, efectúa pequeños cambios periódicos en su perfil: sube nuevas fotografías y reformula su descripción. Utiliza incluso el servicio de optimización de perfil de OkCupid: MyBestFace.

Tom supone que todo ese esfuerzo es necesario en nuestra actual “cultura de likes”. Considera su perfil de OkCupid “una extensión de sí mismo”. Y se refiere a su perfil en tercera persona: “Quiero que se vea bien y limpio; así que le hago practicar abdominales y esas cosas”.

El asombroso alcance de los medios de comunicación social y su rápida adopción por las personas para producirse e interpretarse fomentan el surgimiento de nuevos rituales tecnológicamente mediatizados. En adelante, los smartphones son fundamentales para la “generar, conservar, reparar, renovar y, también… refutar las relaciones y resistirse a ellas”.

Los mensajes de texto desempeñan –con sus complejas reglas no escritas– un papel regente en la dinámica de las relaciones de la mayoría de los adultos jóvenes. Resulta innecesario ser un nostálgico fanático para conceder que los nuevos rituales tecnológicamente mediatizados desplazan o al menos, modifican las antiguas convenciones.

Conservar digitalmente, generar y discutir de relaciones a través de los smartphones difiere del uso de los teléfonos para completar tareas asociadas al trabajo asalariado. Nadie cobra por su perfil Tinder o por subir en Snapchat fotos de sus aventuras de fin de semana. No obstante, los seres digitales y rituales que producen se hallan sin duda en venta. Cuando una persona utiliza su smartphone para conectarse con otra o una comunidad digital imaginaria, resulta cada vez más posible que el producto de sus acciones amorosas sea vendido como una mercancía, aun cuando no fuese su intención.

Empresas como Facebook son precursoras en el cercamiento (enclosures) y la venta de seres digitales. Aquélla contaba con 945 millones de usuarios que ingresaron en el sitio a través de sus teléfonos inteligentes en 2013. De los ingresos en el mismo año, 89 por ciento provenía de la publicidad (la mitad de la publicidad móvil). Toda su arquitectura está diseñada para orientar la producción móvil de cada individuo-usuario a través de una plataforma que convierte sus seres digitales en mercancías vendibles.

He aquí la razón por la cual Facebook instituyó su política de “nombres reales”: “fingir ser cualquiera o nadie no está permitido”. Esa red necesita que los usuarios usen los nombres legales para adecuar seres reales y seres digitales, pues los datos producidos por –y conectados a– un ser humano real son más rentables.

Los usuarios del sitio de citas OkCupid acuerdan un intercambio similar: “datos para una cita”. Terceras empresas se sientan en el fondo de la página para observar las fotografías de los usuarios, sus puntos de vista políticos y religiosos y hasta las novelas de David Foster Wallace que dicen amar. Posteriormente, los datos son vendidos a los publicistas que idean anuncios personalizados.

El grupo de personas que tiene acceso a los datos de OkCupid resulta notablemente grande. OkCupid es, con compañías como Match y Tinder, propiedad de iac/InterActiveCorp, la sexta mayor red en línea del mundo. Elaborar un self en OkCupid puede llevar al amor, o no, pero produce sin duda ganancias para las corporaciones.

La toma de conciencia de que nuestros seres digitales son mercancías se extiende. Profesora en The New School, Laurel Ptak publicó recientemente el manifiesto Los salarios de Facebook. Asimismo, en marzo de 2014 Paul Budnitz y Todd Berger crearon Ello, una alternativa popular a Facebook.

Proclama: “Creemos que una red social puede ser una herramienta para el empoderamiento. No es una herramienta para engañar, obligar y manipular sino un lugar para conectarse, crear y celebrar la vida. Usted no es un producto”. Ello promete no vender sus datos a publicistas, al menos por ahora. Se reserva el derecho de hacerlo en el futuro.

Sin embargo, las discusiones sobre el tráfico de seres digitales en el mercado gris (gray market) de las empresas de datos y de los gigantes de la Silicon Valley no incluyen por lo general consideraciones respecto a las condiciones de explotación cada vez más pavorosas o el floreciente mercado para trabajos precarios y degradantes. Y lejos de constituir fenómenos separados, están estrechamente vinculados. Son piezas del rompecabezas del capitalismo moderno.

Mercantilización

El capital debe reproducirse y generar nuevas fuentes de ganancias a lo largo y ancho del tiempo y el espacio. Debe crear y reforzar constantemente la separación entre los trabajadores asalariados y los propietarios de los medios de producción, aumentar el plus-valor extraído de los trabajadores y colonizar nuevas esferas de la vida social para convertirlas en mercancías. El sistema y las relaciones que lo componen están en movimiento constante.

La expansión y reproducción cotidiana del capital y la colonización de nuevas esferas de la vida social no siempre son evidentes. En cuanto dispositivo que facilita y apuntala nuevos modelos de acumulación, la reflexión sobre el smartphone permite armar el rompecabezas.

La evolución del trabajo durante las últimas tres décadas ha sido dominado por una serie de tendencias: el alargamiento de la jornada y semana laborales, la disminución de los salarios reales, el decremento o la eliminación de las protecciones no salariales del mercado (como las pensiones fijas o las normas de seguridad y de la salud), la proliferación del empleo a tiempo parcial y el declive de los sindicatos.

Al mismo tiempo, cambian las normas que rigen la organización del trabajo. En particular, proliferan nuevas formas de labor temporal como los empleos-proyectos (project-oriented employment). Ya no se espera a que los empleadores ofrezcan una seguridad laboral o que regulen las horas de trabajo; por su parte, los empleados ya no cultivan ese tipo de expectativas.

Pero la degradación del empleo no es un parámetro objetivo. El aumento de la explotación y de la miseria son tendencias y no productos ineluctables de las leyes del capitalismo. Resultan de las batallas perdidas por los trabajadores y ganadas por los capitalistas.

El uso generalizado de smartphones para prolongar la jornada laboral y ampliar el mercado de empleos deplorables, de mierda (shits jobs), resulta de la debilidad de los trabajadores y de los movimientos de la clase a que pertenecen. La compulsión y disposición de un creciente número de trabajadores a interactuar con sus empleadores a través de sus teléfonos normaliza y justifica el uso de smartphones como herramienta de explotación. Opera como acicate de una constante disponibilidad convertida en requisito para obtener un salario.

El aumento constante de las tasas de ganancias de las grandes corporaciones desde finales de la década de 1980 hasta la Gran Recesión no sólo resulta del retroceso de la conquistas del movimiento obrero como resultado de la acción del capital (y del Estado). Se ha ensanchado y profundizado el alcance de los mercados globales, así como el ritmo de desarrollo de nuevas mercancías.

La reproducción y expansión del capital dependen del desarrollo de estas nuevas mercancías, muchas de las cuales emergen del acoso incesante del capital por cercar nuevas esferas de la vida social. O como resumió el economista político Massimo de Angelis: “Pongan [estas esferas] a trabajar para las prioridades e impulsos del [capital]”.

El smartphone es crucial en este proceso. Proporciona un artefacto físico que permite el acceso constante a nuestros seres digitales y abre una frontera aún desconocida para la mercantilización.

Los individuos no cobran salario alguno por crear y conservar seres digitales. Su paga consiste en la satisfacción que procura participar en rituales y ejercer cierto control sobre sus interacciones sociales. Ganan en la sensación de flotar en la gran conectividad virtual, aun cuando sus máquinas de mano median los lazos sociales, ayudando a la gente a imaginarse como colectivos mientras se mantienen separados como entidades productivas distintas. El carácter voluntario de estos nuevos rituales no los vuelve menos importantes o rentables para el capital.

Braverman decía que “el capitalista encuentra en [el] carácter infinitamente maleable del trabajo humano el recurso esencial para la expansión de su capital”. Los últimos 30 años de innovación demuestran la verdad de esta afirmación. El teléfono se ha convertido en uno de los principales mecanismos para activar, obtener y canalizar la maleabilidad del trabajo humano.

Los smartphones aseguran que producimos más y a lo largo de nuestra vida despierta. Borran los límites entre el trabajo y el ocio. De ahora en adelante, los empleadores disponen de un acceso prácticamente ilimitado a su plantilla de personal. De tal suerte, la disponibilidad permanente y el alistamiento del trabajador sirven de palanca de chantaje para mantener altos niveles de precariedad y salarios cada vez más bajos. Al mismo tiempo, esos dispositivos proporcionan a la gente un acceso móvil y constante a los bienes comunes digitales y a su filosofía transparente de conectividad, pero sólo a cambio de su ser digital.

Diluyen, los smartphones, la línea entre la producción y el consumo, entre lo social y lo económico, entre lo precapitalista y lo capitalista. El uso del teléfono, sea por trabajo o placer, se plasma cada vez más en un mismo resultado: beneficios para los capitalistas.

¿Es el smartphone el anunciante del momento debordiano5 o “colonización [completa] de la vida social” por la mercancía? ¿En qué medida nuestra relación con las mercancías ya no es lo único que salta a la vista sino, más bien, “las mercancías son ahora lo único visible?”

Lo siguiente puede parecer un poco duro. El acceso a las redes sociales y la conectividad digital a través de smartphones ocultan sin duda elementos liberadores. Esos aparatos pueden ayudar a luchar contra la anomia, a promover cierto sentido de conciencia ambiental y, al mismo tiempo, facilitar la generación y conservación de relaciones reales entre las personas.

Una conexión compartida a través de seres digitales puede asimismo alimentar la resistencia a la jerarquía de poder existente, cuyos mecanismos internos aíslan y silencian a los individuos. Es imposible imaginar las protestas desencadenadas por Ferguson y la brutalidad policial [estadounidense] sin smartphones y redes sociales. Y, por último, el grueso de la gente no está obligado aún a utilizar smartphones en su trabajo ni a producir sus personas a través de la tecnología. La mayoría podría lanzar sus teléfonos al mar mañana si lo desease.

Pero no lo harán. Las personas aman sus máquinas de mano. La comunicación con smartphones se está convirtiendo en una norma aceptada a medida que una cantidad creciente de rituales son tecnológicamente mediatizados. La conexión constante a las redes sociales y a la información que llamamos “ciberespacio” se vuelve indispensable a la identidad. El porqué de este acontecimiento es objeto de especulaciones laberínticas.

¿Es simplemente otra manera de “evitar el vacío, la falta de sentido de la existencia”, como sugiere el experto en medios de comunicación y tecnología Ken Hillis? ¿O nuestra capacidad para manipular nuestros avatares digitales proporciona una solución para nuestro profundo sentimiento de impotencia ante la injusticia y el odio, según expuso recientemente la novelista y profesora Roxane Gay? ¿O todos nos estaremos convirtiendo en cyborgs –pregunta Amber Case, un gurú de la tecnología–?

Probablemente no, aunque la respuesta depende de cómo se defina al cyborg. Si éste es un ser humano que utiliza una pieza de tecnología o una máquina para restaurar las funciones perdidas o mejorar sus capacidades y conocimientos, entonces la gente ha sido cyborgs por mucho tiempo, y el uso de un smartphone no difiere del de una prótesis de brazo, de conducir un coche o de trabajar en una línea de montaje.

Si definimos una sociedad cyborg como una donde las relaciones humanas están mediadas y moldeadas por la tecnología, entonces nuestra sociedad cumple el criterio, nuestros móviles juegan un papel protagonista. Pero nuestras relaciones y rituales durante mucho tiempo han sido mediados por la tecnología. El auge de centros urbanos masivos –focos de conectividad e de innovación– habría sido imposible sin los ferrocarriles y los automóviles.

Máquinas, tecnología, redes e información no dirigen ni organizan a la sociedad. La gente lo hace. Creamos y utilizamos de acuerdo con la malla existente de relaciones sociales, económicas y políticas y del equilibrio de poder.

El smartphone –la forma en que moldea y refleja las relaciones sociales– no es más metafísico que las Ford Ranger salidas de la línea de montaje en Edison (Nueva Jersey). Es a la vez una máquina y una mercancía. Su producción es un mapa de poder global, de logística y explotación. Su utilización le imprime su forma y refleja la confrontación perpetua entre las tendencias totalitarias del capital y la resistencia del resto de nosotros.

Actualmente, la necesidad de los capitalistas de explotar y mercantilizar es apremiada por las formas en que se producen y consumen los smartphones. Pero las ganancias del capital no resultan seguras ni inatacables. Se deben renovar y defender a cada paso. Tenemos poder para impugnar y negar las ganancias del capital, y deberíamos. Tal vez nuestros teléfonos serán útiles a lo largo de ese camino.

Traducción de Guenaëlle Pierre Manigat

* Publicado originalmente en la revista Jacobin, número 17, primavera 2015. (www.jacobinmag.com)

1 Longhua, apodada “iPhone City”, es una urbe de la subprovincia china de Shenzhen. Aloja el mayor parque industrial de Foxconn, uno de los líderes mundiales en la fabricación de productos electrónicos.

2 Lido Anthony “Lee” Iacocca fue un ejecutivo comercial y, luego, alto directivo de Ford Motor Company entre 1946 y 1978. Se le atribuye el lanzamiento del modelo Mustang en 1964. William McPherson “Bill” Allen fue el máximo patrón de la industria aeronáutica estadounidense. Entre otros cargos, se desempeñó como presidente de Boeing Company entre 1945 y 1968.

3 Neologismo que hay que entender en el doble sentido de candidato a una tarea (task) determinada y de usuario de la aplicación TaskRabbit (del lado de la oferta de trabajo, o demanda de empleo).

4 http://goo.gl/IM47hu

5 En el sentido de Guy Debord

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=216964

DICEN de Fidel

DICEN que no quiso llegar al 2017, después de vivir casi un siglo.

DICEN que antes de irse, dio gracias a la vida a la que había revolucionado tanto.

DICEN que en el momento de partir, Fidel miró hacia atrás, y vio a Cuba de pie.

DICEN que se volvió una vez más, y mirando al pueblo cubano, con su voz finita de intimidad, le dijo que no aflojase, que siguiese el camino. Que volverían a encontrarse en cada esquina de la historia, cantando juntas y juntos, en clave de sol.

DICEN que Fidel tenía una sonrisa en los labios, porque sentía que en el viaje se encontraría con Camilo, con Celia, con Haydée, con el Ché… a quienes extrañó tanto siempre, como a la victoria.

DICEN que Fidel se fue soñando nuevas revoluciones en distintos pueblos y galaxias.

DICEN que dijo, antes de marcharse, que ahora nos tocará a nosotras, a nosotros, seguir abriendo a machete los surcos de la vida nueva.

DICEN que dijo que lo había dado todo, pero todito todo, en el esfuerzo de sembrar y cosechar dignidad en los territorios arrasados.

DICEN que Fidel quedó grabado en la zafra millonaria, en playa Girón, en ese pueblo sin analfabetos, en los centros de salud, en los campos de Angola, en las misiones internacionalistas de médicos, médicas, alfabetizadores/as y guerrilleros/as generosamente desparramados por el mundo.

DICEN que antes de partir se rió en las narices de Trump, se burló de su recién estrenado despotismo, y cumplió su última misión, desbloqueando -a codazos con el poder mundial- los bordes de la historia.

DICEN que el necio gigantón ya no está para darnos charlas por horas de lo humano y lo divino, haciendo del discurso interminable la revolución permanente, la pedagogía del decir y del hacer. DICEN que sus palabras no quedaron atrapadas en los libros, sino en los corazones apasionados, y en las manos creadoras de los pueblos.

DICEN que el necio se murió como vivió, acunado por el amor de su gente, que hace de Fidel ladrillos y semillas; que hace de Fidel fuego y rebeldía; que hace de Fidel un rincón de la utopía colectiva que encendemos cotidianamente las mujeres y los hombres del pueblo.

DICEN que entró caminando en la Historia, con su barba larga y su chaqueta verde oliva.

DICEN que el silencio retumbó en los continentes olvidados.

DICEN que de muchos silencios se hizo el grito que nos desgarró el alma.

DICEN que Fidel se fue, y dicen que ya está llegando.

DICEN que nuestros corazones se agrandan para recibirlo entero.

DICEN que nuestras emociones no gritan, sino susurran, como un gesto profundo, necesario, y como un compromiso: Gracias Fidel. Hasta la victoria siempre.

La CGT se opone a la instrumentalización de los “agentes sociales del régimen” con movilizaciones “espectáculo” para volver a firmar un “Pacto Social y otro nuevo Pacto de Toledo”

Nota de los editores del blog:

Aunque desde este blog, no compartimos al cien por cien lo que desde CGT afirman en este comunicado, si compartimos el análisis que hacen con respecto a la responsabilidad de las burocracias sindicales en la situación actual de la clase trabajadora en nuestro país.

Añadir además que caen en permanente contradicción, cuando estás burocracias dicen defender las pensiones públicas, cuando desde esos mismos sindicatos promueven planes de pensiones privados.

Coincidimos plenamente en eso con CGT, esas burocracias forman parte del problema de la clase obrera en España, de ahí que publiquemos el comunicado de CGT.

 

Carta abierta a los estibadores, esos «privilegiados»

Estimado compañero:

Debería escribir esto para exigirte que renuncies a tus «privilegios» y recriminarte que eres de una «casta». Bueno, es lo que habría hecho si mi conciencia y mis principios vinieran dictados por un medio de comunicación, como muchos de los que hoy ladran sobre tus compañeros, cuando hace una semana, posiblemente, hasta desconocían a qué se dedicaba un estibador o cuánto cobraba. Pero, por desgracia, en este país, hablar de lo que no se sabe es habitual, basta ver cualquier tertulia televisiva.

Soy otro de esos privilegiados a los que no tardarán en criminalizar, incluso los mismos que hoy comparan vuestros sueldos con los de mi profesión, profesor. Creo recordar que fue el sábado cuando, al leer un artículo que hablaba de los beneficios de «liberalizar» -esa en aparente bonita palabra que esconde tanto sufrimiento- y de vuestros «privilegios laborales», me vino a la mente la lucha de los mineros o la campaña de acoso a los controladores aéreos. Siempre es el mismo sonsonete, no falla: «Sueldos, privilegios, casta, beneficios a la economía de liberalizar, prebendas». Da igual el colectivo de trabajadores, siempre hacen lo mismo, y lo más triste y lo que más duele es que siempre hay algunos que pican, unos por ignorancia, otros porque tienen una ideología antiobrera clara y definida.

No voy a molestarme ni siquiera en entrar en el debate del sueldo, porque ningún trabajador cobra más de lo que merece o produce, y más en un sistema capitalista. Y aunque convendría aclarar que algunos medios han llegado a inflar las cifras, especialmente la Sexta y Libertad Digital, que para algo son propiedad de bancos que se harán de oro con vuestro hundimiento, me niego a debatir de sueldos. Porque el debate lo lanzan los medios viciado. ¿Por qué no se habla de los millonarios beneficios de miles y miles de empresas mientras sus trabajadores cobran sueldos de miseria?¿Por qué no debatimos los sueldos más bajos y no los decentes, y hablamos de la conveniencia de subir los sueldos bajos? Pues porque para algunos es más cómodo fomentar la envidia y la insolidaridad: ¿Acaso a mi me subirán el sueldo si a ti te lo bajan un 60% como tiene previsto a hacer el Gobierno?¿Es posible que esos que ladran lo hagan porque piensen que van a ser beneficiados?¿O quizá por que lo que no se atreven a hacer con su jefe lo hacen con vosotros?

Y luego está el tema de la contratación, donde, con poquito que uno se informe, se da cuenta de la cantidad de medias verdades y mentiras que se leen, y que te incendian por dentro.  Si no me equivoco, en el sector de la estiba, en lugar de tener el empresario toda la capacidad para contratar, los trabajadores tienen voz y voto en esa contratación. Cosa que se debe a conquistas arrancadas en el pasado, incluso en plena dictadura y posdictadura, debido a las condiciones de vuestro trabajo, con una altísima tasa de accidentes laborales. De esta forma, en caso de discapacidad o muerte, la familia del trabajador sabía que la muerte o incapacidad no suponía la entrada en la miseria. ¿En serio hay gente de «izquierdas» quejándose de que unos trabajadores hayan sido tan valientes de arrancar a la patronal y democratizar la contratación en una empresa en vez de dejar todo el poder al empresario?

Privilegiado, privilegiado, privilegiado, no dejarás de escucharlo. De muchos que solo repiten lo que dice la prensa. ¡Me ponen enfermo! ¿Privilegiado?¿Dónde está el privilegio de cobrar un sueldo por trabajar?¿Son privilegiados los camareros por cobrar 700€ en vez de pagarles un plato de lentejas?¿Es privilegiado un profesor, que forma a todas las profesiones, por cobrar un sueldo?¿Qué esperan?¿Es un estibador privilegiado?¿Privilegio es contabilizar casi 56 accidentes laborales de gravedad en 2016 en la estiba?¿La muerte de un estibador en Barcelona y otro en Valencia hace menos de 6 meses también es privilegio?¿Tener que estar disponible para ir a descargar barcos es también un privilegio?¿Cuándo permitimos que los derechos se convirtieran en privilegios sin serlo?¿Por qué sigue colando mientras la patronal, los bancos, y las grandes empresas, repletas de verdaderos privilegiados, se convierten en «emprendedores»?¿Por qué dejamos que manejen el lenguaje ellos?

Lo que verdaderamente está en juego es un ERE encubierto y una precarización brutal. Donde, como siempre, grandes empresas y bancos, los mismos que controlan esos medios de comunicación que os insultan y os criminalizan, sacarán tajada y beneficio (ellos lo llaman «beneficiará a la economía española»). Como cuando privatizaron la luz, basta comprobar ahora cual ha sido el beneficio y para quiénes. Para los de siempre. Convertir la estiba en un sector precario más, con sueldos de mierda, condiciones laborales de mierda, pero ingentes y multimillonarios beneficios para esas empresas y bancos. Bajar el sueldo un 61% como quieren hacer con vosotros solo puede calificarse de una forma: TERRORISMO EMPRESARIAL.

Por eso, y aunque quizá estas lineas quizá no te aporten mucho, quiero que sepas que no estás solo, ni tú ni tus compañeros. Tras informarme de lo que te he expuesto arriba, tras contrastar, tras comprobar, lo tengo muy claro: Apoyo total a cada una de vuestras decisiones en la lucha por vuestros puestos de trabajo. Es lo que deberíamos hacer todos. Como los mineros en el pasado, no se consiguen los derechos que aun mantenemos mamando en el bar y llorando, tampoco quejándonos en Internet. Siempre se consiguieron con la lucha obrera, siempre. Esa que parece que algunos han olvidado, creyéndose de una clase media a la que jamás van a pertenecer. El primer pensamiento al ver la asamblea y los gritos de lucha al final de una de vuestras asambleas fue: ¡Así sí, joder!¡Así, sí! ¡Estos son de los míos!

No puedo irme a la huelga con vosotros -las huelgas de solidaridad las ilegalizaron en democracia, como antes lo estaban-. Ni colaborar físicamente. Eso os toca a vosotros y a vuestro sindicato, curtido y combativo, la CEEP o «La Coordinadora», que bien está sabiendo jugar con los tiempos. Pero si de alguna forma puedo mostrar esa solidaridad que deberíamos tener todo trabajador con cualquier colectivo que lucha, que pelea por sus derechos, que dice «Basta ya», valga esta carta abierta que te dirijo como muestra de ello. Al menos que te quede claro que también tenéis a gente que os apoya, que defiende vuestra lucha y que no va a criminalizaros por ello. ¿No hemos dicho que Gobierno y patronal, al bajar el sueldo un 61%, comete una salvaje agresión? Pues ante una agresión así, cualquier colectivo optaría por la lucha, por defenderse, por pelear y por ir «a muerte» por su pan y el de los suyos.

Y eso es, además, lo que más me gusta de vosotros. Nada de recogida de firmas, ni sentadas, ni peticiones «por favor» al Gobierno, ni acomplejarse por los insultos de los voceros del capital en la prensa. Firmeza, seriedad, disciplina y clase obrera organizada, dispuesta a todo por luchar por lo suyo. Que es como debería ser. Otro gallo cantaría si todos los trabajadores tomásemos ejemplo de vosotros, no estaríamos aguantando lo que estamos aguantando. Otro gallo cantaría si entendiéramos que no es delito, sino obligación moral, responder a los ataques cuando se nos trata de aplastar.

Mucho ánimo en vuestra lucha, mucha fuerza y ¡ni un paso atrás!. De un trabajador comunista que os respeta y valora vuestra lucha, por conciencia de clase, por solidaridad y por coherencia con las ideas que defiendo.

¡Qué viva la lucha de los estibadores! ¡Qué viva la lucha de la clase obrera! ¡Abajo la patronal y el Gobierno, abajo sus lacayos a sueldo! ¡Ni un paso atrás!

 

PD: Dejo aquí este vídeo, explica, con mucha claridad, el conflicto de los estibadores.



J. Jiménez, profesor de Secundaria. ( #AlOtroLadoDelMuro @_ju1_ en Twitter)

http://jsmutxamel.blogspot.com.es/2017/02/carta-abierta-los-estibadores-esos.html